Ni la muerte permanece.
¿Quién dice que el punto final termina una historia?
En ese silencio blanco
en el vacío de lo imposible
algo se entreteje en lo profundo.
No hay principio ni fin en un relato
sólo pistas que se encuentran y se pierden
En la rueda de la fortuna
nada hay que se detenga,
nada que empiece a moverse.
Nuestra historia continua sin argumento
ocurriendo en dos líneas paralelas
distanciadas en tiempo y en espacio
Dos destinos que no llegan a tocarse.
Entre tú y yo hay una historia secreta
de no presencias
de no coincidir en ninguna parte
de no encontrarse, de ni siquiera pensarse
de existencias ignoradas, señales imperceptibles
que prosigue, sin embargo, en lugares comunes
conocidos
por conocer
En el paso por la misma calle a horas distintas
En una sensación que no llega a ser recuerdo
al pisar la plaza de antaño.
En el viaje que alguna vez por separado
ambos haremos con otros.
A destiempo, cada uno en el suyo, que no corre igual para ninguno.
Diégesis fragmentaria que se gesta en la oscuridad.
Una historia deshilachada,
rizomática
que ni siquiera el azar define
Sólo los objetos que reúnen los relatos
como el signo que precede al sacramento
son lo único que queda tras el polvo:
La silla del café usada por ambos
El libro releído en otra lengua
El tubo del metro que reúne nuestras palmas
La ciudad donde ya no vivimos
La mesa generosa de algún anfitrión
La moneda que va de mano en mano
Aviones retrasados y aeropuertos
Las estrellas del solsticio de verano
La oración pronunciada los domingos.
El momento de encontrarse pasa de largo,
Indiferente.
Quizás un desatino, un error, una mancha en la escritura
hagan posible el encuentro.
En sueños, olvidados al instante.
Bajo la tierra, que a todos acoge tarde o temprano.
En el infinito, donde las paralelas se juntan.
N. Pinillos