Carteles de Rafal Olbinski

martes, 23 de noviembre de 2010

Historia material en la penumbra

Todo pasa, nada es definitivo.
Ni la muerte permanece.
¿Quién dice que el punto final termina una historia?
En ese silencio blanco
en el vacío de lo imposible
algo se entreteje en lo profundo.

No hay principio ni fin en un relato
sólo pistas que se encuentran y se pierden
En la rueda de la fortuna
nada hay que se detenga,
nada que empiece a moverse.
Nuestra historia continua sin argumento
ocurriendo en dos líneas paralelas
distanciadas en tiempo y en espacio
Dos destinos que no llegan a tocarse.

Entre tú y yo hay una historia secreta
de no presencias
de no coincidir en ninguna parte
de no encontrarse, de ni siquiera pensarse
de existencias ignoradas, señales imperceptibles
que prosigue, sin embargo, en lugares comunes
conocidos
por conocer
En el paso por la misma calle a horas distintas
En una sensación que no llega a ser recuerdo
al pisar la plaza de antaño.
En el viaje que alguna vez por separado
ambos haremos con otros.
A destiempo, cada uno en el suyo, que no corre igual para ninguno.
Diégesis fragmentaria que se gesta en la oscuridad.

Una historia deshilachada,
rizomática
que ni siquiera el azar define
Sólo los objetos que reúnen los relatos
como el signo que  precede al sacramento
son lo único que queda tras el  polvo:
La silla del café usada por ambos
El libro releído en otra lengua
El tubo del metro que reúne nuestras palmas
La ciudad donde ya no vivimos
La mesa generosa de algún anfitrión
La moneda que va de mano en mano
Aviones retrasados y aeropuertos
Las estrellas del solsticio de verano
La oración pronunciada los domingos.

El momento de encontrarse pasa de largo,
Indiferente.
Quizás un desatino, un error, una mancha en la escritura
hagan posible el encuentro.
En sueños, olvidados al instante.
Bajo la tierra, que a todos acoge tarde o temprano.
En el infinito, donde las paralelas se juntan.

N. Pinillos

viernes, 5 de noviembre de 2010

Ritual para mi muerte

Llegó el tiempo en que fui invitada
a un baile de máscaras.
En aquel entonces yo era hermosa
me gustaba ser mirada, admirada en secreto
me puse mi mejor vestido
pero de nada me valió
cuando toqué la puerta nadie me escuchó
Dejé mi máscara con desprecio y me fui.

Llegué a ser excluida, minimizada
declarada indigna
abandonada por todos, también por mí
De nada me sirvió
cuando toqué la puerta nadie me acogió
Dejé mi máscara con lástima y partí.

Ávida de conocer qué había detrás de la puerta
me presenté con todas mis credenciales
mi experiencia, mi colección de certezas
No hubo resultados
nunca entendí por qué la puerta no se abrió.
Dejé mi máscara sabiamente y no volví

Fiel a mí misma, me presenté al baile
con perseverancia toqué la puerta
hasta hacerme sangre los nudillos
Sólo recibí el eco del vacío tras el umbral
Lacrimosa dejé mi máscara y hui

Con traje de alegría y confianza
acudí a la convocatoria
Toqué espontáneamente la puerta
expresando mi deseo de entrar
La puerta no se abrió
 yo dejé mi máscara agradecida
ese no era el destino para mí.

Colérica e impetuosa me presenté
Implacable golpee la puerta
hasta casi echarla abajo
Pero no pude entrar
Cansada dejé mi máscara y maldije

Buena y compasiva llegué ante la puerta
Sensiblemente di tres toques
No hubo respuesta.
Indignada dejé la máscara y perdí la fe

En silencio me senté ante la puerta
No toqué, pero esperé serenamente
Nada sucedió
Sólo un murmullo incomprensible
se escuchaba al otro lado.
Dejé mi máscara  y me dormí.
Si la puerta se abrió nunca lo supe.

Cuando llegué junto a la puerta
la última máscara cayó al suelo
Tuve miedo de ser indistinguible de un vegetal
Con dolor me arranqué  la carne endurecida
Vacié las cuencas de mi ojos
dejé al descubierto mis remiendos
renuncié a mi última voluntad
entregué el resto de mi aliento.
Entonces la puerta se abrió  y yo entré
No había nadie más
Sólo ésta,
silenciada
sin piel,  desnuda hasta los huesos.
Ésta,
Postrada , sin rostro
con las manos vacías
 y la tierra amortajándola.
Ésta,
que muere por ti.

N. Pinillos