Te veo pasar con suavidad,
hablas, respiras
escribes
te acomodas y sin embargo,
no eres aquel a quien amé.
Aquel a quien amé ya no está, se fue,
partió en el último navío que salió de Ítaca
Sin retorno.
Aquel a quien amé recibe canciones melancólicas
como ofrenda funeraria.
Aquel a quien amé se llevó consigo
una parte mía que ha muerto con él
Esa parte en dónde éramos juntos
ahora sólo quedo yo, juntos.
Ya no moriré de la misma manera otra vez
ésta que queda, es la que miro en el espejo cada día
pero ya no aquella a quien perdí de vista
agitando su pañuelo en el puerto.
Después de la tristeza, el vacío,
el orificio en el pecho por la flecha arrancada.
Ya no te amo,
amo al Amor que te tuve,
y le rindo tributo solemne
con una corona de flores.
Ya no te espero
en esa impaciencia de asomarse al balcón.
No hay más reclamo, sólo silencio.
Soy libre del tormento del amor.
No purgo penas, ya nada debo.
Duele menos la pérdida que el anhelo incumplido
No tienes nada que ofrecerme,
he ahí mi ganancia y mi fruto:
el abrazo a la impermanencia,
la clausura de espacios siempre ausentes,
la visión del desengaño,
el amor sin ilusión de recompensa.
Tú, me has procurado el desierto y la inhóspita noche
y yo, al final, amorosamente, te he sobrevivido.
N. Pinillos