A cuando la rosa era rosa y no signo lingüístico.
A la tierra húmeda entre las manos
los pies sobre la hierba
y la mirada hacia el lado oscuro de la luna.
Presagiar el olor a café de media tarde
y trazar un círculo de brujas.
Volver a lo mío.
Al cuerpo prestado, sin anatomía.
al amante perdido, sin amor platónico.
al tiempo presente, en primera persona.
A cuando las viejas decían que iba a llover
y llovía.
Volver a lo simple.
Aceptar a la gente y no a la idea de amar al prójimo.
Pintar y escribir como oficio subversivo.
A cuando no había tanta posibilidad de elegir y había de todo
y mi omnipotencia no era más que un estado inocente
libre de daños y lesiones, en una mañana soleada.
A cuando estar triste y callada no requería prozac.
Quiero volver al principio.
Al tiempo de muerte, los funerales y las flores.
A un momento para cada cosa, que es ese y no otro.
Al reloj de arena, la vela, la primavera que acaba.
Desenredar los hilos de las profundidades y las sombras.
Al comienzo que se esconde detrás de la ceniza.
Al barro, a lo blanco, a las manos vacías,
al centro de mi pecho.
N. Pinillos
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