Cuarenta años han dejado nudos y sospechas
y un cielo turbio donde envejecen sin remedio
el sol, la dicha y las palabras.
Lo cruzan calles ahora sin olores ni mediodías;
a veces el esplendor de un nombre
se pudre como saliva o como flor.
Ausencias y desamores son raíces secas,
ya sin rabia ni belleza.
Ha hecho suyas algunas cosas muertas:
las risas, las caricias y las cenizas de una tarde
el sabor del domingo a los diez años,
ciertos versos celestinos y necesarios,
algunos cuerpos usados con ternura.
Allí el futuro está de sobra
como el polvo en los muebles de la casa
y sólo una certidumbre sobrevive:
el deseo incancelable de estar siempre en otra parte.
Una lluvia bogotana, leve y gris, cae sin parar.
Cementerio de sueños, pobre corazón,
nada inmortal lo habita.
María Mercedes Carranza
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