Se viste el hombre
con el traje intocable
del antiguo labrador..
es allí donde se asienta mejor su vestimenta
porque es allí donde nacieron sus alforjas
y ese color fosforescente del ropaje
extendido por sobre el redondo espacio
de los siglos y segundos.
Contempla los extremos de las copas
de las sierras y las nubes.
Fija su mirada en cada gajo
en cada cercanía y distancia
y ni en las altiplanicies y mesetas
ni aun mucho más allá de las crestas
en el esparcimiento de las ciudades
de las alcobas las aulas y los lechos
encuentra el fuego de un fruto
siempre ahí prendido y oloroso
para todo aquel en busca de tierra
que sujetar y prolongar.
Sintiendo entonces, que en su alma
sólo alberga la presencia
de los que nunca conocieron
el zumbido fresco de los ríos
ni supieron de las brisas
cuando resuenan en los espacios
la continuidad del zumo primerizo
coge las semillas y se las ofrenda al sol.
Se halla triste su alma
se halla triste su sangre
en la que se agolpa
la urgencia de sembrar
hasta en la desértica ponzoña.
No le hablan las fases del mundo
ni le resplandecen las palabras
con sus siembras de inacabable profundidad.
Se le han marchado las pupilas ajenas
hacia los horizontes.
Descubre inmóvil la memoria.
Ve cómo las celdas eslabonadas de la inercia
habitan aún el pasado del río primitivo
con el trueno y las grandes algas del amanecer.
Hacia el lugar que contemple
sólo encuentra
torsos alambrados que huyen
labios huecos irremediablemente carcomiéndose
espasmos contagiosamente agónicos
quedándole como signo de su mirar
hacia la tierra
la mujer
el niño
y el anciano
una hiriente zanja
honda
y tan honda que se liga
al peso incontable de la inmensidad.
Elizabeth Shön
De "Antología poética"